El yaguarundí, también conocido como gato nutria, es uno de los felinos más escurridizos del continente americano. A pesar de habitar una vasta región que se extiende desde el sur de Texas hasta el norte de Argentina, es un enigma tanto para la comunidad científica como para los habitantes de las zonas que transita, publicó Infobae. El interés renovado por este carnívoro de tamaño pequeño se reactivó tras un hallazgo ocurrido esta semana en una vivienda de Paraná, Entre Ríos.
Un ejemplar juvenil ingresó al patio de una casa y fue rescatado por personal especializado. El animal fue trasladado a un centro de resguardo, donde se evaluó su salud y se consideraron opciones de reinserción.
Su comportamiento sigiloso, su morfología poco llamativa y la fragmentación creciente de su hábitat han contribuido a mantenerlo al margen de las prioridades conservacionistas.
Sin embargo, nuevos estudios realizados en América Latina revelaron datos inéditos sobre su distribución, su ecología y su situación de conservación, lo que llevó a los expertos a advertir que la especie podría estar más amenazada de lo que se pensaba, publicó Infobae.
El hallazgo en Paraná
Lo que parecía un episodio aislado se convirtió en una señal de alarma.
Su presencia en una zona densamente poblada puso de manifiesto el avance de la urbanización sobre los hábitats naturales y la creciente interacción entre fauna silvestre y ambientes urbanos.
El yaguarundí o Herpailurus yagouaroundi pertenece al linaje de los felinos americanos, aunque a simple vista no resulta fácil de reconocer. No tiene manchas, ni rayas, ni un pelaje llamativo. Es alargado, de patas cortas, con orejas redondas y una cola desproporcionadamente larga.
Su peso varía entre 3,5 y 9 kilos, y su coloración presenta dos variantes: una rojiza y otra gris oscura, que pueden aparecer en la misma camada. Su apariencia lo asemeja más a una nutria que a un gato. “Algunos dicen que se parece más a una nutria”, dijo Arturo Caso, presidente de Predator Conservation.
Aunque la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza lo clasifica como especie de “preocupación menor”, su estado real es incierto. Los registros de cámaras trampa, los estudios satelitales y las observaciones directas han resultado escasos y dispersos.
Anthony Giordano, fundador de la organización SPECIES, llevó a cabo una revisión profunda de informes científicos, avistamientos y estudios de campo en toda América.
Su conclusión fue contundente: “Basándome en lo que sé y sospecho sobre el yaguarundi en su área de distribución, abogaría por una mayor conservación de varios hábitats neotropicales muy amenazados”.
Cómo actúa la especie escurridiza del yaguarundí
Uno de los pocos trabajos cuantitativos sobre la especie fue desarrollado por Bart Harmsen, director del programa Belice de la ONG Panthera. A partir del cruce de datos obtenidos de más de 650 sitios de monitoreo con casi 4000 cámaras, Harmsen y su equipo lograron compilar 884 registros de presencia del yaguarundí.
Introdujeron esa información en un software de modelado ecológico para proyectar su distribución en toda América Latina. El resultado fue un mapa predictivo que reveló cuáles eran las zonas de mayor y menor probabilidad de ocupación, publicó Infobae.
El modelo indicó que el yaguarundí tiene mayor presencia en terrenos con vegetación arbustiva o áreas rurales próximas a asentamientos humanos. Las regiones con temperaturas y lluvias estables mostraron también una mayor probabilidad de ocupación. En cambio, las tierras bajas amazónicas y los Andes centrales presentaron una probabilidad baja de presencia.
Los modelos predictivos más recientes estiman entre 35 mil y 230 mil yaguarundíes en todo el continente con áreas clave en Centroamérica y el norte andino
El cálculo de población osciló entre 35.000 y 230.000 individuos, una cifra que, para una especie distribuida en casi todo el continente, es considerada limitada.
La falta de conocimiento no responde a desinterés científico, sino a dificultades metodológicas. El yaguarundí es difícil de atrapar, por lo que el uso de radiocollares es poco práctico. Además, su pelaje liso impide identificar a los individuos con cámaras trampa, lo que reduce la precisión de los estudios poblacionales.
“El yaguarundí, de todos los carnívoros, siempre es el que menos me gusta, solo hay que conseguir unas pocas capturas”, explicó Harmsen. A pesar de su presencia en múltiples ecosistemas, su bajo perfil visual, su actividad diurna y su sigilo lo convierten en una especie invisible. Incluso para los investigadores más experimentados, los encuentros son esporádicos. “Todavía recuerdo haber visto uno cruzando una carretera en Belice”, relató Harmsen. “Y es como si fueran solo destellos. Son simplemente unos felinos desconocidos y fascinantes”.











