jueves, marzo 28, 2024

«Arenas movedizas: cómo fue correr y vivir 200km entre dunas, altura y frío», experiencia en primera persona

La uruguayense Betina Bonnin cuenta cómo fue recorrer esa distancia en cinco días, entre la arena, la altura y el frío.

La carrera, en primera persona

Por Betina Bonnin

Fueron cinco días de carrera, del 24 al 28 de mayo pasados, para recorrer 200 Km. Intensos, demandantes, extenuantes tanto para el físico como para la cabeza, la mente, y el corazón. Mucha garra, mucha, fue necesaria en esos momentos. Pero el camino se inició tiempo antes.

A principios de 2020, luego de correr 100 km non stop en Aconcagua Ultra Trail con un gran resultado (3ra. en la General Damas), empecé la preparación para los 200 km de Fiambalá Desert Trail . Y llegó la pandemia que trastocó esos paisajes de arena, desierto, valles por un circuito circular de 70 m en el patio de mi cochera. Y los ascensos en las montañas mineras por la escalera de 10 pisos en mi edificio. Fue recién a principios de este año que, a la par de mis inicios en el triatlón luego de haber aprendido a nadar en 2020, la meta en Catamarca se veía posible. Y entonces comenzamos junto a mi entrenador y en el gimnasio la preparación física específica, en mi llana ciudad a 33 msnm, sabiendo que correríamos por terrenos exigentes y a 3500 msnm. El desnivel a dos cuadras de casa de 4,20 m fue mi rueda de hámster durante mucho tiempo, enfocada en que mi cerebro incorporara el gesto técnico sin pensar en que en carrera ese desnivel positivo en alguna etapa sería de + 2000 m.

Preparé mucho mi mente también, la entrené a la par de mi cuerpo. Habiendo corrido ya las 100 millas (165 Km) en 2019, sabía que era un desafío el comenzar cada etapa en días consecutivos con el cuerpo acumulando cansancio lógico. Pero también sabía que habría que gestionar muchas otras situaciones, y sobre todo emociones. Alegría, satisfacción, conformidad cuando las cosas fueran saliendo bien, pero también frustración, baja en la motivación, sensación de fracaso, juicios negativos (“etapa difícil”, “gran desnivel”, “mejores corredoras”, entre otros). Saber qué hacer cuando esos pensamientos y sus emociones posteriores fueran apareciendo, saber cómo mantener el foco en mi objetivo propuesto, pudiendo revertir aquello que no me fuera funcional, útil. Y también disfrutar, no dejar de apreciar con agradecimiento la posibilidad de estar ahí. Todos los ponderables estaban cubiertos, y por ello podía largar confiada.

El 24 de mayo al fin nos pusimos bajo el arco de largada, luego de un viaje de 1300 km. Era la primera etapa de 51 km, la que sabíamos como más exigente, por su altimetría y extensión. Pero nos sorprendió a todos, inclusive a los corredores locales, que ocuparon más tiempo que el previsto. Y claro que para los amateurs y foráneos el esfuerzo fue mayor aún. Que los tiempos de corte hayan “dejado fuera” a 100 de los 150 corredores inscriptos en esta distancia es la prueba más clara de la dureza de este inicio. Recorrimos paisajes variados, conmovedores: arena, dunas con trepadas importantes, cauces de ríos secos con piedra suelta, senderos mineros. Pude recorrer el trayecto con las mejores sensaciones, logrando el quinto lugar entre las damas.

Para el segundo día, y considerando lo ocurrido en el primero, lo extenuados que terminaron los corredores, la organización decidió recortar los 46 km previstos a 26, aunque sumó la subida al Cristo al largar en Medanitos (ubicado a la mayor altura del pueblo) y la “Duna mágica” de Saujil, ya conocida por haber sido parte en otras ediciones: arena absolutamente floja, que se escala sumergiendo las manos y los pies, intentando sujetarse de la nada para ayudarse a subir. Largamos en Medanitos, decía, y finalizamos en Fiambalá. Ya desde el inicio entendí que las cosas no iban a ser fáciles, la dificultad para respirar estando a 2500 msnm fue la variable que debí controlar zancada a zancada, gestionando la emoción de miedo, mi cerebro en modo alerta, viendo amenazada su supervivencia. Con mucha concentración, poniendo metas cortas, sin bajar la guardia, pude completar la etapa.

La tercera etapa nos tenía reservados paisajes de ensueño: largamos desde Loro Huasi, recorrimos primero una constante subida para luego disfrutar de la bajada…si las pulsaciones lo permitían. Pero el esfuerzo en 21 Km tuvo su recompensa en los 16 km siguientes en el cañadón: muros inmensos, tallados por el agua, con formas deslumbrantes y suelo exigente. Sucesión de pasos del ancho de un hombre precedían a la inmensidad abrazada por la roca. En estos kilómetros pude disfrutar, jugando a las escondidas entre las sucesivas curvas, momentos intensos mayormente en soledad. Luego de varias horas, arribábamos a una bodega local, felices ya de haber cubierto la mayor parte de la carrera.
En el cuarto día se presentó la prueba de fuego, en Cortaderas (camino al paso a Chile, San francisco), correr 22 km con importantes vientos, a 3500 msnm. Cuando nos acercábamos en auto al epicentro, el hotel, veíamos a los corredores de 100 km (habían largado antes que nosotros) muy abrigados, y no entendíamos el motivo. Hasta que llegamos a destino. La prueba de fuego, dije, prueba de viento, de frío, de hipoxia fue para la mayoría. Sobrevivir, fue en mi caso la estrategia. Entendí que solo en ese modo podría terminar la carrera, con pulsaciones elevadas pero la permanente sensación de desmayo. “La altura me pegó muy mal”, diría. Pero no me dejó nocaut porque mi preparación y estado físico era el adecuado para enfrentar el desafío.

Dosificando energías para poder recibir la medalla finisher, se largaron los últimos 35 km. A los corredores de 200 Km se sumaron los participantes de 100 km y 35 km, y por eso fue la etapa más numerosa. Recorrimos ascendiendo los primeros kilómetros, subidas técnicas que ya habíamos conocido el primer día. Y luego ese descenso por el río seco, que requerían muchas energías para sortear piedras y buscar impulsarnos en la arena.

En esta etapa, la cual encaré en modo trekking, disfruté de charlas, fotos, videos para amigos, cosas que normalmente no tengo cuando voy a competir. Otro mundo, muy interesante, se vive también. Faltando 5 Km, desde arriba, ya se divisaba el pueblo, eso daba fuerzas para seguir, lo buscado ya estaba ahí, al alcance de la mano. Se terminaba…por fin.

Una vez llegados al pueblo, sintiendo el arco cada vez más cerca, muchos atletas corrían hacia la meta, yo no. Elegí saborear el acercarme, el verlo, el pasar por ahí abajo luego del tremendo esfuerzo físico, mental y emocional que me había representado.

Ese día, un amigo cercano, quien me escuchó cada día, me preguntó: “¿lo volverías a hacer?”. Recordando la sensación de ahogo («pensé que me moría”) y de vacío a pesar del alimento, los mareos, el esfuerzo mental extremo para no perder el foco (desde herramientas científicas hasta el «pan y queso»), mirando mis pies lastimados, pero también reviviendo la indescriptible sensación del crecimiento de mi fortaleza ante todo ello, me demoré algunos segundos en responderle.

(Betina Bonnin, Mentora Deportiva (atleta y Dipl. Univ. en Coaching deportivo) participó de Fiambalá Desert Trail, obteniendo el 2º puesto en su categoría) Fuente: Deporte Digital

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